esclavo

Manolo «el supersticioso» o cómo ser un esclavo en tiempos de crisis

despertador_casio_tq_141_1ef

[Pipipipi, pipipipi, pipipipi, pipipipi…]

– Uf, he tenido una pesadilla horrible, creí que me despedían de mi trabajo.

– ¡Pobrecito! No te preocupes, tranquilo, ve a la ducha mientras te preparo un buen desayuno.

– Claro, claro.

[Apoyando el pie derecho primero en la alfombrilla y después introduciendo el izquierdo suavemente en la zapatilla mientras estira los brazos hacia el cielo, Manolo comienza la liturgia del día]

– ¿Manolo, por qué haces todos esos movimientos exactamente en el mismo orden cada día?

– Son mis rutinas secretas para que el día sea propicio y mi jefe esté de buen humor.

– ¿Me lo dices en serio? Estás muy mal, mejor deja ese trabajo.

– ¿Y cómo pagaremos las facturas? No tengo escapatoria.

– Ya saldremos adelante; lo que no puede ser es que vivas inventando supersticiones.

– Me voy a la ducha que se me está haciendo tarde. ¿Despiertas tu a los niños?

– Sí, claro.

[Tras la ducha y el frugal desayuno, Manolo ha abierto la puerta y se encuentra sobre la mullida alfombrilla de bienvenida, pero no se decide a partir]

– Adiós, familia, me voy a la oficina… Helloooo! ¡Estoy esperando sobre la alfombrilla de casa a que me déis un beso de despedida! ¡No me puedo mover de aquí sin mis besos!

– ¡Ya va, ya va…niños, venid aquí!… Esto no se puede consentir, ese trabajo está afectándote demasiado.

– Venga, dadme mis besos preceptivos que me tengo que ir.

[Tras la breve ruta en moto hasta la oficina]

– Buenos días, ¿algún mensaje o llamada?

– No, señor López, todo tranquilo.

– Perfecto.

[Sentándose en su despacho y abriendo la computadora portátil, de repente suena el teléfono y Manolo se sobresalta]

– Dígame

– Señor López, le paso al señor Gros.

[Tragando saliva y con el corazón acelerado]

– Buenos días, señor Gros, dígame.

– ¡¿No te dije ayer que no pagases a Ficert su facturas de maquinaria?! ¡Eres un inútil!

– Pero…

– ¡¿Quién te ha dado permiso para abrir la boca?! ¡Cállate, no me sirves para nada!

– Pero yo no firmé las facturas pendientes…

– ¡¿Ahora poniendo excusas y culpando a otros?! ¡Ven inmediatamente a mi oficina y trae el expediente completo de Ficert! A partir de ahora llevaré personalmente la relación con ellos.

– Voy.

[Caminando con el corazón desbocado por la calle Barcas hacia la oficina del Consejero Delegado… «- Esto no puede seguir así, este tío va a acabar conmigo, tengo que hacer algo…-«]

– Buenos días, Maricarmen, el señor Gros me ha mandado venir.

– Sí, ya lo sé; escuchaba sus gritos desde mi oficina. Un momento que le aviso.

[Hablando por el teléfono]

– Señor Gros, ha llegado el director de inversiones.

– ¡Muy bien, que espere!

[Saliendo enfurecido de su oficina y caminando con paso decidido por el pasillo principal de las oficinas hacia el despacho del diretor de administración]

– ¡Ven conmigo!

– Ramón, ¿cómo están los pagos a Ficert? ¿Tienes ahí las facturas?

– Un momento… Sí, aquí están.

[Examinándolas cuidadosamente]

– Pero, Ramón, ¿has pagado éstas sin la autorización de López? En esta factura hay una nota suya que dice que no se pague hasta tener su autorización expresa…

– A ver… Pues sí, lo siento, no me di cuenta.

– Ramón, a partir de ahora fíjate más.

[Girando sobre sus talones y caminando a grandes zancadas, Gros desaparece por el pasillo sin despedirse]

Hace horas que permanezco en mi oficina sin poder concentrarme en el trabajo pendiente; maldita sea, con todo lo que tengo que hacer… Un día perdido. Además, pese al secreto regocijo de mi victoria de esta mañana, no me cabe duda que este tipo encontrará alguna razón para machacarme nuevamente. El muy cabrón se dedica a torturarme pero no me despide. Espero que mañana esté de mejor humor… Antes de irme a casa voy a dar tres vueltas a la derecha en la silla de mi despacho para ver si mejora mi suerte mañana.