3:00 a.m. Me encuentro cómodamente instalado entre el colchón y el edredón de mi cama, una sonrisa inconsciente refleja la placidez de mi sueño. De súbito, el sonido estridente de la sirena aguda de una ambulancia se eleva desde el nivel de la calle, franquea la débil barrera del cristal de la terraza de mi habitación, y se introduce en el laberinto de mis oídos. Un gruñido se escapa de mis labios y una expresión de desagrado se instala en mi rostro durante unos minutos. “- Y digo yo, a estas horas, con las calles vacías y circulando por un barrio residencial de una de las urbes más densamente pobladas del mundo, ¿no sería suficiente con utilizar las luces de la ambulancia?- Vamos, más que nada para no despertar a miles de personas…” ¿Quién dicta que se usen esas sirenas de noche?
6:30 a.m. Comienza a dejarse ver la aurora entre los bloques de edificios de la ciudad. Pronto me alcanzan los primeros rayos que inundan la estancia y su fulgor intenso contrae involuntariamente los pequeños músculos de mis párpados. Frunzo el ceño y giro la cabeza dando la espalda intentando ganar unos minutos más de descanso.
7:15 a.m. Leo las noticias del mundo en la tableta, todavía tumbado en la cama. Todo es caos y destrucción: un tren ha descarrilado en E.U.A, un avión ha caído en Taiwan… Las noticias de política son más de lo mismo, prácticamente iguales a las de ayer. No se mueve tan rápido el mundo como a los periodistas les convendría y repiten hasta la saciedad las noticias conocidas añadiendo algún pequeño matiz. Vivimos en la sociedad de la información incremental que te mantiene todo el día en tensión esperando algún pequeño avance en los temas de tu interés, ansioso y frustrado al tiempo. ¿Quién escoge las noticias y decide bombarderos con ellas todo el tiempo?
7:45 a.m. Bela se ha despertado y viene a jugar a la cama. Saltos, lametones, mordidas… Trae su pelota preferida para que se la lance y poder ir a recogerla. Por fin se cansa y estira su pequeño cuerpo beige de chihuahueña sobre la colcha para tomar el sol de la mañana.
8:00 a.m. Una larga y deliciosa ducha me deja la piel y el cabello brillantes e inmaculados. Termino los preparativos matutinos escogiendo la ropa adecuada y degustando un café y un par de tostadas.
9:00 a.m. Salgo del edificio caminando. La señora de la limpieza del portal contiguo barre la acera levantando el polvo fino que la obra de construcción de un edificio cercano reparte generosamente por toda la calle. Siento como las pequeñas partículas se instalan sobre mi cabello, mis pestañas, y toda mi ropa. “- ¡Señora, por favor, un poco de cuidado! ¿No cree que sería mejor regar o baldear la acera? – le pregunto-. Señor, el administrador solo me da una escoba – me replica un tanto avergonzada-“. No sé a quién culpar y no tengo tiempo para investigar.
9:05 a.m. Sigo caminando hacia mi destino. No puedo apartar la vista del suelo, la acera está plagada de agujeros, grietas, trapas en pésimo estado y, por supuesto, excrementos de perro. Algunos replicados por las huellas embadurnadas de otro transeúnte menos precavido. No se ve ningún can por los alrededores, ¿quién habrá sido?
9:10 a.m. Voy a cruzar la calle por el paso de peatones. Tres filas de vehículos ocupan la vía pública pues el semáforo está en rojo. Camino a buen ritmo con mi perrita Bela. Cuando nos encontramos delante de la fila central, el semáforo cambia de color. Las filas de coches atrás y adelante reanudan su frenética carrera dejándome el paso bloqueado y la fila de coches a los que yo les impido pasar comienza a aporrear sus bocinas. Bela tiembla y se agacha asustada por el rugir de los motores y el claxon de los infames vehículos. “-¡Pero seréis burros! ¿Nadie tiene educación vial ni algo de sentido común?-“. Recogiendo a Bela y adelantándome decididamente logro cruzar la calle arriesgando nuestras vidas. No sé quién tiene la culpa de esta actitud de los conductores.
9:15 a.m. Tuerzo en la esquina para incorporarme a una gran avenida. Su amplia acera está ocupada por un camión que debe descargar los aprovisionamientos de una farmacia así que debemos caminar por la calzada arriesgando el tipo nuevamente. Es eso o esperar a que el camión termine su operación y decida dejarnos el paso libre.
9:20 a.m. He llegado a la puerta de mi oficina pero no quiero subir, están despidiendo a muchos compañeros y quizá hoy me toque a mi… Parece ser que las operaciones financieras de diseño, los préstamos sin garantías y la burbuja inmobiliaria de los E.U.A causaron una crisis mundial y aquí la demanda interna ha caído y la política monetaria la dicta un país que no quiere incentivar la economía… No podría culpar a nadie concreto pero las consecuencias me tocan plenamente y eso que yo no me endeudé.
9:25 a.m. He dado media vuelta en la entrada a la oficina y me dirijo a la agencia de viajes de la esquina. Mi conclusión es que nadie tiene la culpa de nada, salvo yo mismo, y está en mi mano dejar de soportar todas estas agresiones. Me voy ahora mismo de la ciudad, con lo puesto y nada más. Le diré a la señorita de la agencia que me busque un destino aislado, al que no pueda llegar con transportes tradicionales, donde no existan gobiernos corruptos, ni corporaciones todopoderosas, ni artistas de las finanzas, ni noticias…
9:30 a.m. La señorita Dulce de la agencia de viajes no puede ayudarme con mis “descabelladas pretensiones” pero me ha ofrecido un viaje organizado que dicen que es la bomba… ¡Alaska en crucero! Un barco lleno de atracciones y miles de invitados atendidos por una tripulación de mil quinientas personas que invadirá los espacios más recónditos y vírgenes de esas tierras heladas para brindar unos paisajes deliciosos a sus clientes mientras las miles de toneladas de basura que se generan, los combustibles derramados por el barco, sus intensas luces y el ruido de sus motores acaban con el hábitat de los seres que han poblado estas áreas durante miles de años… “- ¡Grrrrr, maldita sea, nadie entiende nada! -”